Sin pedir permiso al
autor, me permiti hacer un resumen de su escrito (utilizando sus palabras) y
compartilo. Espero lo disfruten tanto como yo...
P. Eduardo Sanz de
Miguel, o. c. d.
Salmo 23
El Señor es mi pastor,
nada me falta.
En prados de hierba
fresca me hace reposar,
me conduce junto a
fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas.
Me guía por el camino
justo,
haciendo honor a su
Nombre.
Aunque pase por un valle
tenebroso,
ningún mal temeré,
porque Tú estás conmigo.
Tu vara y tu cayado me
dan seguridad.
Me preparas un banquete
en frente de mis
enemigos,
perfumas con ungüento mi
cabeza
y mi copa rebosa.
Tu amor y tu bondad me
acompañan
todos los días de mi vida;
y habitaré en la casa del
Señor
por años sin término.
El Salmo 23 es un texto
hermoso y poético, que nos habla de la ternura de Dios y de los sentimientos
que experimenta quien se encuentra con Él: alegría, paz, seguridad, confianza,
plenitud de vida.
Los símbolos que
desarrolla son universales: el camino, el agua, la oscuridad de la noche, el
banquete, los perfumes... y pueden interpelar por igual a los hombres de
antiguas culturas rurales como a los de las modernas civilizaciones urbanas. De
todas formas, como mucha gente está poco acostumbrada a la poesía, haremos una
traducción del salmo en prosa, antes de continuar.
«En medio del desierto
hay un oasis con una gran fuente de agua. Fuera, la arena abrasa, pero a la
sombra de las palmeras crece la hierba. Las ovejas comen alimento tierno, beben
agua en abundancia y sestean al fresco. Más tarde se ponen en camino por las
sendas que el pastor conoce bien, porque las ha recorrido muchas veces. Así,
hace honor a su nombre de pastor. Tienen que atravesar un desfiladero entre las
montañas y se hace de noche. Las ovejas avanzan seguras, porque pueden escuchar
el sonido del bastón del pastor, que golpea rítmicamente el suelo al andar. Si
una de ellas se desvía, el pastor acude solícito en su búsqueda, y con unos
toques del cayado sobre los lomos, la devuelve al camino justo. Si acuden lobos
u otras alimañas para atacar el ganado, el pastor defiende su rebaño a
bastonazos.
Por el mismo desierto,
una persona intenta huir de sus enemigos, sin ninguna posibilidad de sobrevivir.
De repente, divisa a lo lejos el campamento de unos beduinos. Lo alcanza y,
poco tiempo después, llegan también sus perseguidores. No pueden hacerle nada,
porque la ley de la hospitalidad considera sagradas a las personas acogidas
bajo una tienda. El jefe del campamento, no sólo le acoge en la suya, sino que,
además, le ofrece agua abundante para calmar su sed, le prepara un banquete
para que tome fuerzas y le unge con aceites perfumados para sanar las
quemaduras del sol y refrescarle. Estas imágenes sirven para hablar de nuestra
relación con Dios: Nos guía, nos protege, nos alimenta... Si ya en esta vida
podemos hacer unas experiencias tan fuertes del amor de Dios, el orante confía
en que su salvación no tendrá fin, y podrá habitar en la Casa de Dios por toda
la eternidad».
Analicemos, ahora, cada
una de las palabras del salmo:
«El Señor es mi Pastor».
El primer verso ya nos dice que hay que leer todo el poema como una imagen para
hablar de la relación entre el orante y Dios. El título de «pastor» para
nombrar a los reyes y guías del pueblo es habitual en el Oriente antiguo, así
como en Grecia y en otros pueblos. Dios
mismo, en el capítulo 34 del profeta Ezequiel, se compara a sí mismo con un
Pastor que quiere cuidar, proteger y alimentar a sus fieles. Como los jefes del
Pueblo han sido malos pastores, porque han utilizado a las ovejas en su propio
provecho, Dios se ocupará personalmente de cada una, cubriendo todas sus
necesidades: «Vosotros os bebéis su leche, os vestís con su lana, matáis las ovejas
gordas, pero no apacentáis el rebaño, ni robustecéis a las flacas, ni vendáis a
las heridas, ni buscáis las perdidas... Yo mismo buscaré a mis ovejas y las
apacentaré... Buscaré a la oveja perdida y traeré a la descarriada, vendaré a
la herida, robusteceré a la flaca, cuidaré a la gorda. Las apacentaré como se
debe». Son imágenes tiernas, que nos hablan de un amor personal de Dios por su
rebaño, que no nos trata a todos por igual, sino que sale a nuestro encuentro,
respondiendo a las necesidades y esperanzas concretas de cada uno.
El salmo quiere evocar
esa atmósfera de afecto, esa experiencia de confianza, de tranquilidad, porque
se sabe que hay alguien que se interesa por ti, que se preocupa por tu vida.
«Nada me falta». Tanto en
Israel como en todo el Medio Oriente no abundan ni el agua ni los pastos. Pasar
hambre y sed es una experiencia ordinaria cuando se atraviesan los amplios
espacios desérticos. Quien ve los rebaños de los beduinos se extraña de lo
extremadamente flacos que están los animales. En este contexto se comprende lo
grande que es poder hablar de abundancia, afirmar que no se carece de nada.
Ciertamente, como escribió Santa Teresa de Jesús, «Quien a Dios tiene, nada le
falta. Sólo Dios basta».
«En prados de hierba
fresca me hace reposar». Conseguir hierba en el desierto es ya suficiente para
sobrevivir, pero si, además, la hierba es fresca, el hallazgo se convierte en
una fiesta. Después de un camino árido y polvoriento, la sola vista de un prado
invita al descanso. Las ovejas pueden reposar después de haber comido, en las
horas en que el excesivo calor no permite desplazarse: «Dime dónde apacientas
el rebaño, dónde lo llevas sestear al mediodía» (Cantar de los Cantares 1, 7).
«Me conduce junto a
fuentes tranquilas». El agua no sólo quita la sed, también limpia del polvo del
camino y refresca. El mismo sonido de la fuente relaja y hace olvidar las
fatigas. Pero las fuentes son los lugares más peligrosos para los rebaños.
Tanto los lobos como los salteadores saben que allí terminan acudiendo a beber
y se esconden esperando a sus presas. El salmo subraya que las fuentes a las
que nos conduce nuestro pastor son «tranquilas», seguras. La Sagrada Escritura
usa muchas veces el símbolo de la sed para hablar del deseo de Dios y del agua
para hablar del don del Espíritu Santo.
«Como busca la cierva corrientes de
agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío. Mi alma tiene sed de Dios...» (Salmo
42, 2-3). «Os rociaré con agua pura y os purificaré de todas vuestras
impurezas. Os daré un corazón nuevo y os infundiré mi Espíritu...» (Ezequiel
36, 25ss).
«Y repara mis fuerzas».
Después del cansancio del camino, el alimento, la bebida y el descanso nos
hacen tomar fuerzas para poder seguir caminando. Literalmente dice: «repara mi
aliento», mi alma, entendido como mi vigor y mi vida también. En algunas
ocasiones nos sentimos agotados y nos parece que ya no podemos más. Es el
momento de escuchar las palabras del Salmo 27: «El Señor es mi luz y mi
salvación, ¿a quién temeré? El Señor es mi fuerza y mi energía, ¿quién me hará
temblar? Aunque los malvados se levanten contra mí... Él me recogerá en su
tienda... Aunque mi padre y mi madre me abandonen, Él me acogerá».
«Me guía por el camino
justo». La experiencia de caminar acompaña a todo hombre. Nos desplazamos de un
sitio a otro y toda nuestra vida es un camino. A veces equivocamos la senda,
porque, como nos recuerda Antonio Machado: «Caminante, no hay camino, se hace
camino al andar». El pastor adapta su paso a la necesidad de las ovejas, va en
busca de un lugar bueno para ellas. Para los hombres, decir esto es confesar
que el Señor nos guía por el camino justo, el único bueno, aunque no lo
entendamos inmediatamente. Él nos lleva al mejor lugar, que nosotros solos no
podríamos encontrar: las fuentes tranquilas, el agua que produce paz y calma la
sed más profunda del que la bebe: «Te guiaré por el camino de la sabiduría, te
conduciré por sendas justas» (Proverbios 4, 11). «Peregrino soy en esta tierra,
no me ocultes tus mandatos... Enséñame, Señor, tu camino para que lo siga».
(Salmo 119, 19. 33).
«Haciendo honor a su
Nombre». El pastor que cumple bien su trabajo, que cuida de su rebaño, lo
alimenta, lo protege y lo guía por los caminos acertados, hace honor a su
nombre. «El asalariado, que no es verdadero pastor ni propietario de las
ovejas, cuando ve venir al lobo, las abandona y huye; y el lobo hace presa de
ellas. Se porta así porque trabaja únicamente por la paga y no le importan las
ovejas. Yo soy el Buen Pastor que conozco a mis ovejas y cada una de ellas es
importante para mí» (Juan 10, 12ss).
«Aunque pase por un valle
tenebroso, ningún mal temeré». El pastor nos da tanta seguridad, que hasta
podríamos atravesar con él el valle tenebroso. La oscuridad del valle da miedo
por los peligros que puede esconder, porque no se ve el camino, por la
semejanza entre las tinieblas y la muerte. Este salmo, para decir «tinieblas»,
utiliza una palabra rara, que no se usa casi nunca: «salmawet» y que podríamos
traducir por «oscuro como la muerte». En hebreo, «mawet» significa «muerte». La
muerte es evocada para el lector por la oscuridad del valle y por la palabra
con la que se habla de esta oscuridad. De hecho, la Biblia griega traduce «aún
si camino por el valle de la muerte, no temo, porque Tú me acompañas». Una
imagen de gran fuerza para recordarnos nuestra condición de mortales en un
contexto de gran dulzura (grandezas de la poesía).
«Porque Tú estás
conmigo». Hemos llegado al centro del salmo y a su momento más intenso. La
verdadera razón de que yo me sienta seguro, de que no tenga miedo, de que me
atreva a pasar el valle de la oscuridad y de la muerte es que «Tú estás
conmigo». Los prados frescos, el agua abundante, la protección frente a los
enemigos... todo es bueno, pero saber que Tú caminas a mi lado es lo más
importante. «Si te tengo a Ti, ya no necesito nada de la tierra » (Salmo 73,
25). «Si el Señor está conmigo, no tengo miedo. ¿Qué podrá hacerme el hombre?»
(Salmo 118, 6).
«Tu vara y tu cayado me
dan seguridad». Palestina es una tierra cálida. Los viajes con el ganado se
hacen temprano, antes de que caliente el sol, o al atardecer, cuando se oculta.
Las ovejas no tienen miedo de extraviarse en la oscuridad, porque se siguen
unas a otras y, a lo largo del camino, oyen el sonido de la vara del pastor que
camina con ellas. El cayado, arma con la que defender a las ovejas de las
alimañas, es al mismo tiempo el signo tierno de la presencia del pastor junto
al rebaño, que toca con su punta los lomos de la que se desvía para
reconducirla al redil y, con el ruido que hace al apoyarlo en el suelo, guía su
caminar. Con el sonido del bastón de Dios en nuestras vidas, no tenemos miedo
ni de la muerte. La imagen hace también referencia al bastón de mando, al cetro
de Dios, con el que gobierna todas las cosas para el bien de su pueblo.
La sensación de seguridad
y de protección prosigue con la segunda imagen del salmo: la del señor que
acoge un huésped en su casa.
«Me preparas un banquete
frente a mis enemigos». La palabra usada en hebreo significa «desenrollar», con
el sentido de extender unas pieles de cabra a la puerta de la tienda, para
colocar sobre ellas la comida. Podemos reconstruir la escena: un hombre huye de
sus enemigos por el desierto. Casi imposible salvarse. Improvisadamente,
encuentra un beduino que lo acoge en su tienda. La ley de la hospitalidad era
sagrada para los semitas. Cuando alguien es acogido, invitado a comer, se
convierte en intocable. Los enemigos no se pueden acercar a él. «El Señor hace
justicia al huérfano, a la viuda y ama al emigrante suministrándole pan y
vestido. Amad vosotros también al emigrante, ya que emigrantes fuisteis...»
(Deuteronomio 10, 18-19). Abrahán recibió la promesa definitiva cuando acogió
en su casa a unos peregrinos que resultaron ser enviados de Dios (Génesis 18).
«No olvidéis la hospitalidad, pues gracias a ella algunos hospedaron, sin
saberlo, a ángeles» (Hebreos 13, 2). Lot prefiere entregar a sus dos hijas
antes que a unos desconocidos acogidos en su casa (Génesis 19).
«Perfumas con ungüento mi
cabeza». El ungir a un huésped era la mayor manifestación de veneración que se
podía tener con él. El aceite enriquecido de esencias perfumadas da frescor,
suaviza la piel. Es éste un gesto de extremo afecto y consideración para el que
llega cansado por el calor del desierto y las penalidades de la huida. « ¡Qué
hermoso es que los hermanos vivan unidos! Es como ungüento perfumado derramado
en la cabeza.» (Salmo 133 1-2). Una mujer de Betania tendrá este gesto con
Jesús y él lo agradecerá a pesar de la incomprensión de los discípulos,
llegando a afirmar que esa mujer sería recordada en todos los lugares donde se
predique el Evangelio (Mateo 26, 6ss).
«Y mi copa rebosa». La
copa que rebosa es, igualmente, signo de la generosidad con que el huésped es
acogido. No recibe sólo lo necesario. Hay algo de superfluo, de añadido, de
generosidad total, en los actos de Dios. Recordemos, por ejemplo, la narración
de la creación. Dios no hace sólo lo necesario, sino que, además, entrega al
hombre ríos con agua abundante, con oro fino, con piedras preciosas y perfumes
(Génesis 2, 10ss). Lo mismo sucede cuando los israelitas salen de Egipto. Dios
no sólo les da la libertad. Les enriquece también con los bienes y el oro de
los egipcios (Éxodo 12, 36).
«Tu amor y tu bondad me
acompañan». Ésta es la imagen más extraña para los occidentales. Es como si el
beduino que me ha acogido en su tienda y me ha defendido de mis enemigos, me
pusiera ahora dos guardaespaldas que me acompañen de regreso a mi casa. Aquí,
los dos acompañantes son una personificación del Amor y la Bondad de Dios,
última referencia del salmo. Aunque a nosotros pueda resultarnos rara la
personificación de cualidades divinas, en la Biblia es bastante común: «La
Salvación está cerca de los que le honran y la Justicia habitará en nuestra
tierra. El Amor y la Fidelidad se encuentran, la Justicia y la Paz se besan...
La Justicia marchará delante de él y la Rectitud seguirá sus pasos» (Salmo 85,
10ss).
«Todos los días de mi
vida». No hablamos de un acompañamiento pasajero, sino de la certeza de una
protección continua, como si se respondiera a la petición con que concluye el
salmo 28: «Salva a tu pueblo, bendice tu heredad, apaciéntanos y guíanos por
siempre».
Las dos partes del salmo
parecen insinuar que nuestra vida es un continuo andar de la mano del Señor.
Cuando lo necesitamos, él nos ofrece momentos de descanso para restaurar
nuestras fuerzas. Cuando nos hemos recuperado, hay que volver a caminar.
El Señor nos guía y nos
acompaña, nos instruye y nos corrige todas las jornadas de nuestra existencia,
hasta el día en que entremos en el descanso definitivo. El salmo 95 insiste en
esta idea, invitándonos a aprender de los errores cometidos por los israelitas
en su caminar por el desierto, para no repetirlos:
«Ojalá escuchéis hoy su voz.
No endurezcáis vuestro corazón... como en el desierto, cuando me tentaron
vuestros antepasados... Son un pueblo que no conoce mis caminos, por eso juré
airado que no entrarían en mi descanso». El Antiguo y en Nuevo Testamento son
un testimonio continuo de las ansias que arden en nuestros corazones de
alcanzar la patria verdadera, la definitiva: «Si Josué les hubiera
proporcionado un descanso definitivo, David no hablaría de un posterior día de
descanso.
Hay, pues, un descanso definitivo reservado al pueblo de Dios...
Apresurémonos, pues» (Hebreos 4, 8ss).
«Y habitaré en la casa
del Señor por años sin término». Después de hablar de descansos pasajeros y de
caminos largos, se evoca el reposo definitivo en la casa del Señor, la entrada
en el «Sabat» último y eterno, en la Nueva Jerusalén, tal como canta el
Apocalipsis: «Ésta es la Morada de Dios con los hombres. Habitará entre
ellos... Enjugará las lágrimas de sus ojos y no habrá ya muerte, ni luto, ni
llanto, ni dolor» (21, 3ss).
El desierto es el
contexto común a las dos imágenes (el pastor y el beduino). El que ora este
salmo sabe que nada le falta, aun encontrándose en el desierto. El desierto
significa también, para el pueblo, el lugar de la tentación, la prueba, la
murmuración, el pecado, la idolatría y la conversión. El lugar donde se
descubre que Dios perdona siempre y continúa a dar vida, alimento, salud,
victoria. Que da con generosidad porque perdona con magnanimidad. El lugar
donde se puede hacer la verdadera experiencia del encuentro personal con Dios:
«La llevaré al desierto y le hablaré al corazón... Ella me responderá allí como
en los días de su juventud, como el día en que salió de Egipto... Y te
desposaré conmigo en fidelidad» (Oseas 2, 16).
Como hemos visto, las
imágenes del salmo hablan de:
* Seguridad ante los enemigos
y peligros de todo tipo: oscuridad, hambre y sed, muerte.
* Con una connotación de
máxima abundancia. Los dones de Dios son siempre a la medida de Dios.
* Para aquél que ya se
sentía dentro de la muerte. Descubrimos la sobreabundancia del don de Dios
cuando ya parecía todo perdido.
El significado último del
salmo sólo lo podemos entender a la luz del Nuevo Testamento: Jesús es la
persona que confía en Dios y camina por sus sendas, aún en medio de las
dificultades, hasta entregarse en la cruz. Por eso, el Padre se apiada de Él y
le devuelve a la vida, sentándole a su mesa, introduciéndole en su Casa. Al mismo tiempo, Jesús es «el gran Pastor de
las ovejas» (Hebreos 13, 20), «el Supremo Pastor» (1 Pedro 5, 4). «Nosotros
éramos como ovejas descarriadas, pero ahora hemos vuelto a nuestro Pastor y
Guardián» (1 Pedro 2, 25). Él es el Pontífice de la Nueva Alianza, el Camino
que nos lleva al Padre, la Puerta de acceso a la Casa de Dios. Él prepara para
nosotros el banquete de su Cuerpo y de su Sangre, verdadero alimento de
inmortalidad. Su amor es tan grande, que llega a dar la vida por sus ovejas.
Con él podemos atravesar sin miedo el valle de la muerte, porque Él es la
Resurrección y la Vida, Luz que brilla en las tinieblas, Roca que se abre en el
desierto para calmar la sed, Maná que nos alimenta, verdadero Pastor y Rey, que
«nos apacienta y nos conduce a fuentes de aguas vivas» (Apocalipsis 7, 17) y
que nos permite habitar en su casa «por años sin término». El cristiano que ora
con el Salmo 23, está llamado a hacer este camino espiritual, verdadera
síntesis del Antiguo y del Nuevo testamento: dejarse guiar por Dios «en medio
de la noche» y vivir en intimidad con Él, hasta participar en su banquete, «la
cena que recrea y enamora», en palabras de S. Juan de la Cruz.
« ¿Dónde pastoreas,
Pastor bueno, tú que cargas sobre tus hombros a toda la grey? Muéstrame el
lugar de tu reposo, guíame hasta el pasto nutritivo; llámame por mi nombre,
para que yo escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna. "Muéstrame,
amor de mi alma, dónde pastoreas". Te nombro de este modo porque tu nombre
supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia; de tal manera que ningún
ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión
de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte
a ti, que de tal manera me has amado que has entregado tu vida por mí? No puede
imaginarse un amor superior a este: el de dar la vida para mi salvación».
(S. Gregorio de Nisa. Homilía 2 sobre el
Cantar de los Cantares)
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