jueves, 24 de septiembre de 2015

Autoestima o un ego inflado - Ernesto Lammoglia Ruíz (Médico psiquiatra)



Muchos confunden la autoestima con el narcisismo. Sucede que un individuo narcisista puede aparentar una gran seguridad en sí mismo al presentar una conducta de grandiosidad, presunción y arrogancia. Pero no debemos confundirnos, hay una gran diferencia entre un ego inflado por la soberbia y la seguridad que tiene quien sabe de lo que realmente es capaz.

Bien decía Erich Fromm que en realidad, egoísmo y amor a sí mismo son opuestos.

Detrás de todo narcisista hay una autoestima muy frágil. Para él es tan importante la admiración de los demás como el aire que respira, y depende a tal grado de la adulación que se vuelve adicto a las lisonjas. No tolera la crítica y se llena de ira cuando alguien le canta sus defectos, no porque los asuma, sino porque se siente agredido.

Lo más probable es que responda con un contraataque, una crítica mordaz, una burla o un insulto humillante.

El narcisista es un explotador de relaciones. Al no tener empatía es incapaz de entablar relaciones afectivas y sólo se acerca a otros para sacar provecho. Es insensible a los sentimientos y necesidades de los demás. Si acaso se muestra caritativo lo hace como el fariseo, frente a todos para causar admiración. Hará cualquier cosa para atraer un público que, según él, lo admira. La verdad es que es visto como un arrogante que sólo habla de sí mismo.

Este fulano va por la vida esperando que le tiendan la alfombra roja. Considera que merece un trato preferencial y se irrita si no lo recibe. Se le en los lugares armando una alharaca porque lo han hecho esperar… ¡A él, cómo se atreven! Si tiene gente bajo su mando los tratará de estúpidos e inútiles. No importa qué hagan para complacerlo, siempre encontrará la falta. Está convencido de que los demás no pueden hacer bien las cosas.

El narciso es pedante aunque puede fingir santidad. Se cree superior, especial y único y espera que los demás lo reconozcan así. Siempre está haciendo alarde de lo que tiene, sobre valora sus capacidades y exagera sus conocimientos y cualidades. En el fondo, vive preocupado por cómo es visto por los demás. Lo que más desea es ser envidiado. Realmente se sorprende si no lo es. Hará todo por recibir halagos pero jamás reconocerá el éxito de otro, más bien reaccionará con desdén y menosprecio ante cualquier logro ajeno. No siente admiración por nadie pero sí mucha envidia.

Cuando un narcisista asciende a una posición de poder se rodea de lambiscones que no hacen más que ensalzarlo. Con esto su ego se infla alcanzando dimensiones inauditas. Como un globo de gas, se eleva en las alturas desde donde voltea a ver a los pobres mortales que deberían estar agradecidos por su presencia. Su corte de lamebotas encuentra su punto más sensible para siempre darle por su lado. 

Éste es su talón de Aquiles, el punto exacto a través del cual será fácilmente manipulado.

No falta aquel que, al obtener un puesto de elección popular, olvida sus ofrecimientos de campaña y cree que el pueblo lo puso ahí por ser tan especial, porque realmente lo merece. No ve la doble intención y el interés que hay detrás de sus paleros. Envuelto en su soberbia, dirige la mirada a la escalera que, está convencido, lo llevará a la presidencia de la República.

Curiosamente, en esta etapa, el narciso entra en un estado de hiperactividad casi hipomaniaco.

Cuando el puesto se acaba, se deprime y aísla. Se siente injustamente humillado. Mientras más rápido y más alto se sube más dura es la caída.

Todos llevamos nuestro narciso adentro. ¿A quién no le gusta ser reconocido y apreciado? ¿Quién no se creyó mucho después de haber logrado un triunfo? Pero, después, se vuelven a poner los pies en la tierra. Cuando esto no ocurre, cuando la grandiosidad se vuelve permanente en la imaginación y la conducta, estamos hablando de una personalidad narcisista. Peor aún, cuando estos defectos de carácter trastocan la vida del individuo o de quienes le rodean, estamos frente a un padecimiento psiquiátrico llamado trastorno narcisista de la personalidad.

Difícil es definir dónde se cruza el umbral en el que un defecto de carácter pasa a ser un trastorno psiquiátrico. Lo que no es tan difícil es comprobar de vez en cuando de qué tamaño es la propia importancia personal. Hay quien dice que los ángeles pueden volar porque se toman a sí mismos muy a la ligera. Con razón se dice que un narcisista es un “pesado”.


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