Muchos confunden la
autoestima con el narcisismo. Sucede que un individuo narcisista puede
aparentar una gran seguridad en sí mismo al presentar una conducta de
grandiosidad, presunción y arrogancia. Pero no debemos confundirnos, hay una
gran diferencia entre un ego inflado por la soberbia y la seguridad que tiene
quien sabe de lo que realmente es capaz.
Bien decía Erich Fromm
que en realidad, egoísmo y amor a sí mismo son opuestos.
Detrás de todo narcisista
hay una autoestima muy frágil. Para él es tan importante la admiración de los
demás como el aire que respira, y depende a tal grado de la adulación que se
vuelve adicto a las lisonjas. No tolera la crítica y se llena de ira cuando
alguien le canta sus defectos, no porque los asuma, sino porque se siente
agredido.
Lo más probable es que
responda con un contraataque, una crítica mordaz, una burla o un insulto
humillante.
El narcisista es un
explotador de relaciones. Al no tener empatía es incapaz de entablar relaciones
afectivas y sólo se acerca a otros para sacar provecho. Es insensible a los
sentimientos y necesidades de los demás. Si acaso se muestra caritativo lo hace
como el fariseo, frente a todos para causar admiración. Hará cualquier cosa
para atraer un público que, según él, lo admira. La verdad es que es visto como
un arrogante que sólo habla de sí mismo.
Este fulano va por la
vida esperando que le tiendan la alfombra roja. Considera que merece un trato
preferencial y se irrita si no lo recibe. Se le en los lugares armando una
alharaca porque lo han hecho esperar… ¡A él, cómo se atreven! Si tiene gente
bajo su mando los tratará de estúpidos e inútiles. No importa qué hagan para
complacerlo, siempre encontrará la falta. Está convencido de que los demás no
pueden hacer bien las cosas.
El narciso es pedante
aunque puede fingir santidad. Se cree superior, especial y único y espera que
los demás lo reconozcan así. Siempre está haciendo alarde de lo que tiene,
sobre valora sus capacidades y exagera sus conocimientos y cualidades. En el
fondo, vive preocupado por cómo es visto por los demás. Lo que más desea es ser
envidiado. Realmente se sorprende si no lo es. Hará todo por recibir halagos
pero jamás reconocerá el éxito de otro, más bien reaccionará con desdén y
menosprecio ante cualquier logro ajeno. No siente admiración por nadie pero sí
mucha envidia.
Cuando un narcisista
asciende a una posición de poder se rodea de lambiscones que no hacen más que
ensalzarlo. Con esto su ego se infla alcanzando dimensiones inauditas. Como un
globo de gas, se eleva en las alturas desde donde voltea a ver a los pobres
mortales que deberían estar agradecidos por su presencia. Su corte de lamebotas
encuentra su punto más sensible para siempre darle por su lado.
Éste es su
talón de Aquiles, el punto exacto a través del cual será fácilmente manipulado.
No falta aquel que, al
obtener un puesto de elección popular, olvida sus ofrecimientos de campaña y
cree que el pueblo lo puso ahí por ser tan especial, porque realmente lo
merece. No ve la doble intención y el interés que hay detrás de sus paleros.
Envuelto en su soberbia, dirige la mirada a la escalera que, está convencido,
lo llevará a la presidencia de la República.
Curiosamente, en esta
etapa, el narciso entra en un estado de hiperactividad casi hipomaniaco.
Cuando el puesto se
acaba, se deprime y aísla. Se siente injustamente humillado. Mientras más
rápido y más alto se sube más dura es la caída.
Todos llevamos nuestro
narciso adentro. ¿A quién no le gusta ser reconocido y apreciado? ¿Quién no se
creyó mucho después de haber logrado un triunfo? Pero, después, se vuelven a
poner los pies en la tierra. Cuando esto no ocurre, cuando la grandiosidad se
vuelve permanente en la imaginación y la conducta, estamos hablando de una
personalidad narcisista. Peor aún, cuando estos defectos de carácter trastocan
la vida del individuo o de quienes le rodean, estamos frente a un padecimiento
psiquiátrico llamado trastorno narcisista de la personalidad.
Difícil es definir dónde
se cruza el umbral en el que un defecto de carácter pasa a ser un trastorno
psiquiátrico. Lo que no es tan difícil es comprobar de vez en cuando de qué
tamaño es la propia importancia personal. Hay quien dice que los ángeles pueden
volar porque se toman a sí mismos muy a la ligera. Con razón se dice que un
narcisista es un “pesado”.
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