Y paso el juicio de apelación. El dictamen se leerá el próximamente… más espera… más paciencia se me pide. Muchas palabras de consuelo y no me llegan al corazón. Un corazón drenado, abatido, frustrado. Esa es la palabra: Frustración. Ya no cuestiono, ya no discuto, solo espero.
El juicio fue sórdido, una maraña de monólogos vacíos, cargados de veneno y
mentiras, pedazos de relatos cuidadosamente editados para darle forma a un
cuento de pesadillas. Sentí que explotaba, que me moría, que estaba
completamente drenada y que no podía más. Solo venía a mi mente la imagen de
mis hijos y sabía que por ellos no podía claudicar. Que tenía que ser aún más
valiente, que tenía que ser madre por encima de ser humana.
Y entonces me pare y hable. Un largo discurso de 22 minutos, de verdades.
Logre captar la atención de los jueces. El silencio en la sala denso. Palabras
coherentes llenas de sentimiento. No sé si dije lo correcto. Es que no tengo
nada correcto que decir, porque no puedo decir nada que no sea verdad. Y como
dice el escudo de la nación que me pide que confíe en su sistema: “Y la verdad
os hará libres”.
Salí de allí extenuada. Llegue a casa y dormí horas. Necesitaba descansar.
No huir. Recordaba lo dicho y me
lamentaba por lo demás que me falto. Pude haber dicho tanto más! Quería que
todo el mundo se diera cuenta, que escuchara
más que palabras y entendiera lo que pasaba. Y hable por mí, y por las personas
que se han visto atrapadas por un psicópata (perfecta amalgama de inteligencia
y maldad – con excepcionales habilidades de manipulación).
Y a los pocos días descubrí que tenía un plan para mí. Que ya no me importa
nada que no sea luchar.
Me descargue. Me recupere. Siento paz. Volví a ser. Ya salió
el rencor de mi interior. Me volví a conectar con la que fue, con la persona
sana y amable, con la sonrisa a flor de piel, con amor propio, con decisiones.
Y ahora veo el mundo diferente, y llevo el pecho erguido y la cabeza en alto. Y mi vida se comienza a ordenar. Y me vacié para poder recibir. Y estoy recibiendo
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